El texto de acá arriba es uno de los aterradores párrafos que aparece en el libro «Krassnoff, arrastrado por su destino» de Mónica Echeverría, publicado en julio de 2008 por la editorial Catalonia. Debe ser, hasta la fecha, la investigación más completa que se haya hecho acerca de uno de los jefes más feroces de la DINA en tiempos de dictadura. En él, el mismísimo Guatón Romo (el más brutal de los torturadores de la DINA, que fue reclutado por Krassnoff) es quien relata cómo fue que el brigadier Krassnoff quien, directamente, torturó y asesinó a Diana Arón, militante del MIR y estudiante de periodismo de la Universidad Católica que estaba embarazada cuando llegó a la Villa Grimaldi.
Curiosamente, en una sincronía inesperada con el homenaje organizado por el alcalde Labbe para la tarde de este lunes, este jueves se estrena en salas la excelente «El mocito», el documental de Marcela Said («I love Pinochet») y su marido -y montajista- francés Jean De Certeau, quienes ya habían realizado en conjunto «Opus Dei, una cruzada silenciosa». Vamos a decirlo sin más demora: «El mocito» debe ser uno de los documentales más extraordinarios que se haya producido en Chile en los últimos años. Simplemente algunas de sus secuencias no se pueden creer que estén ocurriendo en la pantalla, un poco el mismo efecto que producía ver «I love Pinochet» hace unos años, aunque en ese caso ver a viejas pinochetistas expresando su visión fascistoide del mundo daba algo más de risa (ver, como ejemplo, el siguiente video desde 01:52)
Sin embargo, «El mocito» no es sobre los pinochetistas o el funcionamiento del Opus Dei en Chile, dos grupos humanos que viven en torno a sus certezas (o sus cegueras). «El mocito» es más sobre la duda. En este caso, la duda si acaso ese personaje que vemos en pantalla, fue o no un torturador. Jorgelino Vergara dice que no, que era un niño de 15 años cuando llegó a Santiago y terminó sirviendo los cafés en un centro de torturas de la Dina (de ahí el diminutivo de mozo, mocito).
Y sin embargo, la sólida estructura narrativa en la que está construida «El mocito» lo único que hace es minar esa duda, o al menos, enrarecerla: ya en la primera secuencia vemos una prueba irrefutable de la convivencia natural que tuvo este protagonista con la muerte. Vemos cómo Jorgelino camina por un bosque y vemos cómo, con sus propias manos, le rompe el cuello y mata a un conejo que está atrapado en una trampa. La escena en cualquier otra película es dura, pero se entiende como una de las actividades cotidianas del campo; en «El mocito» es aún más dura; estremece imaginar que ese movimiento certero de manos que provocan la muerte del conejo pueden estar remitiendo a otra cotidianidad. Desde este puro acto físico la película instala la duda sobre Jorgelino.
Hay otras tres o cuatro secuencias igualmente impactantes e inolvidables en este documental, que no vale mucho la pena adelantar si no la han visto, pero que generan el debate que las autoridades y los medios de comunicación por dos décadas insistieron en meter debajo de la alfombra: el destino de los perpetradores de la tortura, y el análisis histórico (personal y social) que se deben esas personas a sí mismas y a este país.
Quizás sea el homenaje a Krassnoff que hace Labbé uno de los efectos indeseados de ese silencio y esa ausencia de debate: no es raro que sean los mismos miembros de la DINA los que terminan poniendo su lectura de la historia como una válida. De ahí la inesperada actualidad de esta película, que tiene para dejar reflexionando a quienes la vean por un largo rato.
ADDENDUM 22-NOV-2011 15:59 HRS: Y bueno, hablando de la DINA, no se pierdan la nota de Jorge Letelier de ayer domingo en La Tercera sobre «Carne de perro» [ver también .pdf], el largometraje de ficción de Fernando Guzzoni (uno de los directores de «La colorina») que el viernes pasado se anunció que fue uno de los cinco proyectos en el mundo que obtuvo financiamiento de parte del World Cinema Fund, y que está centrada en un tema similar al de «El Mocito»: el destino actual de los ex agentes de la DINA.