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POLEMICA EN EL BAR

La noche que Putin ganó un Oscar

En pocas horas la controversia se ha instalado en la discusión respecto a los eventos de anoche en los premios de la Academia. La discusión es interesante precisamente porque es controversial: hay quienes defienden y quienes atacan lo hecho por un actor en un escenario, y eso no deja de ser fascinante. Solo como una manera de agregar otra perspectiva a esta discusión, me parece que existe una manera más de entender el cachetazo que le pegó Will Smith a Chris Rock, y es desde la perspectiva de un fracaso (otro más) de los principios liberales en el debate público. Digo fracaso porque ocurre precisamente en el centro de la máquina de simbolismos que es el cine, y en la premiación de los Oscar, donde las metáforas sobre la convivencia humana son valoradas y aplaudidas cada año.

No es que los principios liberales hayan tenido buena salud en los últimos años. Han sido socavados desde la derecha y la izquierda, muchas veces por sus propias limitaciones de los principios liberales para explicar y entender el mundo. Desde la derecha han sido los populismos autoritarios surgidos en democracias, como Trump en EEUU, Bolsonaro en Brasil y Modi en India, que no han hecho más que atacar valores e instituciones liberales, cuando intentan reemplazar la identidad nacional de sus países por principios más cercanos a las religiones.

Desde la izquierda no han querido ser menos. Desde allí se ha instalado una versión de los identity politics que es intensamente iliberal. Y sería iliberal porque uno de los principios esenciales del liberalismo es que bajo la piel todos los seres humanos somos básicamente iguales de manera universal, y eso es desafiado por la idea de que hay identidades que necesitan ser visibilizadas e incentivadas a su desarrollo y protección, y por tanto, con ese objetivo en mente, se permiten poner en cuestionamiento la libertad de expresión como una manera de proteger el desarrollo de esas identidades, acción que cuando llega a los extremos, a falta de un concepto más preciso, se la ha llamado “cultura de la cancelación”.

A diferencia de la creencia más extendida, lo opuesto de lo liberal no es lo conservador, sino que el autoritarismo. Se puede ser liberal y conservador al mismo tiempo, porque el principio liberal fundamental es el respeto por el estado de derecho y la resolución moderada e institucional de los conflictos, ajenos a las leyes de comportamiento dictadas por las religiones (por supuesto, en muchas partes los conservadores son también autoritarios -en Chile, sin ir más lejos- sobre todo cuando intentan imponer sus principios religiosos por fuera del Estado de Derecho al resto de la sociedad, y de ahí vendría la confusión).

Pues bien, volvamos a la noche de los Oscar. Chris Rock fue abofeteado sorpresivamente por otro actor, Will Smith, quien subió al escenario a golpear al comediante por hacer un chiste que consideró ofensivo hacia su mujer. Digamos que el chiste fue ofensivo. También podríamos decir que Smith tomó la cancelación en sus propias manos. Podríamos agregar que Chris Rock estaba representando los principios liberales en ese escenario, como muchas veces durante la noche se representaron en ese lugar, sin ir más lejos, al momento de expresar solidaridad hacia Ucrania, un país invadido por otro, y por lo tanto, con su Estado de Derecho violentado.

Will Smith subió a defender sus principios identitarios: su derecho a defender a su mujer ante otro, y pasando por encima de los principios liberales de libertad de expresión. Smith le puso un límite personal y violento a la libertad de expresión, a la regla no escrita en que los comediantes se les atribuye la prerrogativa catártica de hacerse cargo de los tabués y asuntos difíciles de decir en serio, pero que si se dicen en broma se hacen más fáciles de incorporar y discutir.

En ese primer momento de desconcierto, en que para muchos espectadores parecía una broma concertada entre ambos entretenedores, se confirmó que no lo era cuando después de hacerlo Smith gritó insultos y garabatos desde su asiento que fueron convenientemente silenciados por la transmisión televisiva en Estados Unidos, no así en la señal que salió hacia otros países. Por un largo rato los espectadores no supieron a qué atenerse respecto a lo que había ocurrido en el teatro Kodak. Más aún, cuando Chris Rock aguantó el cachetazo sin victimizarse, solo atinó a decir que acababan ver un momento histórico en la televisión. [Para ver el video con subtítulos en español, presionar el botón CC]

Pero no solo se hizo historia de la televisión: se hizo historia política. El gesto de Smith fue autoritario, y pudo terminar de muchas maneras (con guardias de seguridad entrando a escena, o Chris Rock retirándose del escenario sin hacer lo que había venido a hacer). Pero nada de eso pasó, en parte porque todos los involucrados, al ser millonarios y famosos, están protegidos por sus propias burbujas de privilegio, lo que hacía la situación aún más desconcertante para todos los testigos que la veían en directo en todas partes del mundo.

Más interesante es lo que pasó después. Will Smith resultó el ganador del Oscar a Mejor Actor, y por lo tanto, subió al escenario a recibir su premio y a agradecerlo, es decir, a tener un momento de atención absoluta a sus palabras después de todo lo ocurrido. Y en lugar de arrepentirse por lo hecho y atribuirlo a un exabrupto propio del nerviosismo de la noche por el cual podría sentirse avergonzado por el resto de su vida, hizo lo contrario: defendió su acto. E intentó un argumento propio de los principios autoritarios: apelar a la defensa de la familia y el amor como el centro de la explicación de su actitud. Lloró en escena. Sí se disculpó con la Academia y los otros nominados, no así con Chris Rock. Y se fue ovacionado.

La Academia, la misma academia que durante todo el gobierno de Trump atacó sus principios autoritarios, la misma que históricamente ha defendido la libertad de expresión como baluarte máximo de su existencia, y que cuyos participantes se han definido como opositores a la guerra, y que en este mismo programa minutos antes se hacían homenajes a un país cuyo estado de derecho liberal había sido violentado por la invasión de otro país con un líder autoritario, cayó rendida ante el autoritarismo, aplaudiendo de pie a alguien que dijo e hizo todo lo que ellos mismos han definido como lo que no desean para el mundo.

Como en el clímax de las grandes películas, Will Smith revirtió el orden moral de este universo, pero para peor. No es difícil encontrar paralelos entre el argumento de Will Smith y el argumento de Putin para invadir Ucrania: lo hace por amor, para defender a su país/familia. Y nos queda claro que si es necesario ejercer esa violencia para establecer esa defensa lo volverá a hacer.

Y así fue como la noche del domingo, la Academia estaba de pie, simbólicamente, aplaudiendo a Putin.

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ADDENDUM ::: 31 Marzo 2022, 23:50 GMT

Pedro Almodóvar publica en Indiewire un diario sobre su participación en los Oscar, y hace una corta mención al discurso de Will Smith, que de alguna manera, está en la misma línea de lo que digo: cómo Will Smith representa los principios autoritarios/primitivos/fundamentalistas, y cómo el retroceso de los principios liberales no hace más que traer de vuelta a Dios y al Diablo. Acá el texto como aparece en Indiewire (y se puede leer la versión original en eldiario.es)

Deliberadamente he obviado el episodio violento del que solo se habla al día siguiente. Yo estaba a escasos cuatro metros de donde ocurrió. En los planos generales picados yo soy la cabecita blanca que se ve en la foto.

Me niego a que ese episodio marque la gala y sea el protagonista de una ceremonia donde ocurrieron muchas más cosas y de mucho mayor interés. Ganó Drive My Car, para mí, sin discusión la mejor película del año. Y también el documental Summer of Soul, mi favorita.

Como digo yo estaba muy cerca de los protagonistas y me produce una sensación de absoluto rechazo lo que vi y lo que oí. No solo durante el episodio, sino también después, en el discurso de agradecimiento, un discurso que más bien parecía el de un predicador. No se defiende ni protege a la familia a base de hostias, y no, el demonio no se aprovecha de los momentos culminantes para hacer de las suyas. El demonio, de hecho, no existe. Es un discurso fundamentalista que no debimos escuchar ni ver. Algunos agradecen que fue el único momento real de la ceremonia, se refieren a ese monstruo sin cara que son las redes sociales. Para ellos, ávidos de carroña, fue sin duda el gran momento de la noche.