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FESTIVALES DE CINE

DIARIO DE SANFIC 3.2: Así son los hijos

Poster

Hoy fue un día aparatoso. Bueno, exagero. Siempre exagero. Pero esas exageraciones son una manera de hacer claro un sentimiento que de otra forma no se haría claro. Las tres funciones a las que fui hoy estuvieron accidentadas. Enroscadas. Tironeadas. No tanto por las películas sino que por una mala organización de la cual tuve la mala suerte de ser testigo. Llegué a las 10 de la mañana a ver «El hijo» (2002), el quinto largometraje de los hermanos belgas Jean-Pierre y Luc Dardenne, y el primero en ser mostrado en 35mm en Chile. La película no había llegado a la sala a esa hora: la función comenzó dos horas después. Un plantón así no deja a nadie en buena disposición para ver una película, pero «El hijo»… «El hijo» es otra cosa. No se preocupen: no la voy a contar porque contarla me tomaría una línea de texto y no estaría diciendo nada.

Los Dardenne, ganadores de la Palma de Oro en Cannes con «Rosetta» (1999) y «El niño» (2005), tienen un particular sentido de la tragedia. Había escuchado hablar que hacían un preciso cine con cámara en mano y ambientes claustrofóbicos de clara empatía social. Bueno, por lo menos «El hijo» es eso y muchas cosas más. Es verdad, la cámara es precisa y movida, y el ambiente es claustrofóbico, aunque los hechos transcurran en sus momentos más intensos al aire libre. Pero lo interesante es que hay algo misterioso en esta película. Algo medio indescriptible. Por un rato pensé que el misterio estaba escondido en la cara del protagonista. Esta cara:

Olivier, el carpintero

Este hombre, Olivier, es un carpintero. Para ser más precisos, es un profesor de carpintería que se dedica a enseñar su oficio a jóvenes, como los llamamos en Chile, en riesgo social. De hogares pobres y familias aproblemadas. Desde el comienzo de la película, Olivier está en problemas. Está nervioso. No sabemos por qué. Está apurado. Espía. El ruido de las sierras en su taller son una presencia incómoda. Desde los primeros segundos uno siente que algo no muy bueno, casi trágico, va a pasar en esta película con Olivier. La fiereza de esas sierras, que nunca vemos pero constantemente escuchamos, esconden algo. Es un primer misterio, que no descubriremos hasta 40 minutos avanzados en el largometraje.

Olivier no sabe por qué hace lo que hace, y trata de controlar esa duda con pocas palabras. Es un hombre de precisiones: es capaz de saber cuántos centímetros hay de distancia entre dos puntos que ve en el suelo, sin la ayuda de una regla. Olivier no usa reglas: las tiene metidas en la cabeza. Y está buscando nuevas precisiones en su vida. Olivier quiere saber. Resolver su duda es el comienzo de su tragedia, una tragedia que no tiene nada de espectacular ni griego ni nada parecido: la suya es una tragedia callada, escondida bajo la alfombra de una vida familiar trizada por las penas.

Cuando veía «El hijo» podía ver, en el fondo, en qué se había transformado el neorrealismo después de todos estos años. Sería lindo ver qué pasó en el mundo desde el jubilado «Umberto D» para llegar el activo Olivier. Cómo la raiz documental de estas propuestas sigue enraizada a una pena profunda infilmable, y una tranquilidad aparente.

Salí de la función medio confundido. Ni siquiera salí impresionado. Pero a medida que pasaron las horas de la tarde no pude dejar de pensar en «El hijo». Una película familiar por ausencia. Una película llena de ecos, como de sierras que suenan a lo lejos.

No creo que pueda decir algo más. A ver si los que la vieron puedan ayudarme.

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Por razones que no entiendo, he visto muy pocas de las imperdibles que dije que deberían ser vistas en este festival. No sé por qué llegué a la función de «La hija del general», el documental de María Elena Wood sobre la señora Bachelet. Pero la vi. La película patió medio hora tarde, y me consta, mucha gente se quedó afuera.

¿O la Hija de la Presidenta?

No quiero ser injusto, pero no sé si este alcanza a ser un documental. Más bien, parece una carpeta de recortes biográficos de una oficina de prensa sofisticada. La película carece de crítica, y cuando tiene que decir algo, se cuelga del discurso público de Michelle Bachelet. Discurso público que es tomado de otras entrevistas.

Como documental no remueve demasiadas hojas. Es un relato de datos sobre Bachelet y la historia de su padre, para ser visto fuera de Chile. Tiene todo para ser una completa entrada de Wikipedia. Creo que eché de menos una mirada más reflexiva sobre quién es esta mujer chistosa y emotiva que hoy es presidenta. La película se queda corta. Bachelet es tan carismática que salva el documental. Es emotiva cuando compra quesos en una tiendita en el norte de Chile, o cuando le responde a las bravuconadas de Alfredo Jocelyn Holt. Uno se queda con ganas de ver menos discursos y elucubraciones biográficas, y espera ver más registro directo. Pareciera que el seguimiento de la campaña no fue demasiado extenso. Pero para algo alcanza.

Curiosamente, más interesante que la relación de Bachelet con su padre, es su relación con su hija. Su hija menor, una cabra chica incómoda con esta nueva madre que se viste de trajes de dos piezas y habla como señora seria. La hija aparece en tres cortos momentos en el documental: cuando Bachelet la va a dejar al colegio en auto, y la pendeja apenas la pesca; luego, cuando la Presidenta la reta por alguna razón tras bambalinas en un acto público; y al final, el magnífico final en que Bachelet ya es presidenta, y está con su familia saludando desde el balcón presidencial, y el micrófono está abierto cuando la madre le dice: «Salude, pues». Y la cabra chica se niega a saludar.

Solo por esos segundos de oro vale todo el documental.

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El fiasco vino en la noche. Después de recorrer a toda velocidad un Santiago congestionado y lluvioso para llegar a tiempo a Hoyts Agustinas para la función de las 21:50 de «Los amantes regulares», nos dijeron que las entradas estaban agotadas. Como no nos fuimos, no enteramos de otra cosa: nada de entradas agotadas. La copia tuvo un problema técnico. Se enredó en algún lado, y no se pudo exhibir. A cambio, los encargados del Hoyts dijeron que iban a dar otra película: «1973» de Antonino Sordia. Como para entusiarmar a la audiencia, un tipo que se suponía que trabaja en Sanfic trató de explicar malamente la trama de la película, dijo que era «mejor que la otra» y que nos deberíamos quedar a verla, porque nos darían entradas para ver «Los amantes regulares» en una función especial mañana viernes. Como ya estabamos ahí, nos quedamos. Nos salimos a los 40 minutos.

En lo que alcancé a entender, «1973» es una película muy mal filmada e inentendible sobre tres personajes nacidos en 1973. Solo vi la historia del primero, un dirigente secundario de un colegio de México. No alcancé a entender cómo la película está en la Competencia Oficial.

A la salida, nos contaron que «Los amantes regulares» tampoco será exhibida mañana ni en el resto del festival. La copia quedó inutilizada. Se la echaron. Una pena: quienes la vieron el martes quedaron muy impresionados. La gente de Hoyts, que se ha hecho cargo de todas las chambonadas de organización del festival, terminaron regalándonos un ticket para ver cualquier película del complejo de salas. Buena onda ellos. Pero eso, más las dos horas de espera de la mañana dejaron un inevitable sabor amargo en la boca.