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CANNES 2009 FESTIVALES DE CINE

CANNES 2009: Si esto no es Cannes, no sé lo que es (1)

Primer día en Cannes. Como sabrán los que leen este blog, visito por primera vez el festival de cine más importante del mundo como parte del equipo de “Navidad” de Sebastián Lelio (donde fui coguionista). Llegamos el jueves a las 4 de la tarde a Cannes, después de un movido vuelo de 13 horas desde Santiago a París, otro de dos horas de París a Niza, y un trasbordo en auto hasta Cannes gracias a las buenas gestiones de Felipe Fernández, que nos fue a buscar al aeropuerto. En el vuelo veníanos Ursula Budnik, productora de “Navidad” (quien por la picadura de una molestosa araña no pudo viajar antes), las actrices Manuela Martelli y Alicia Rodríguez (que tiene apenas 16 años y se roba cada plano en el que aparece) y Sole Salfate, montajista total que le dio los cortes a la película, y que antes ya había hecho lo misma con otra que quedó en la Quincena de Realizadores en el 2004: “Machuca” de Andrés Wood.

Llegamos a quedarnos a una comodísimas cabañas a unos 20 minutos del Palais, donde nos dimos una duchas y de inmediato partimos a ver “Huacho” de Alejandro Fernández. Sin embargo, el tráfico y la imposibilidad de encontrar estacionamiento algo cerca de la sala nos impidió llegar a la función (después me enteré de un entusiasta comentario de «Variety» publicó a las pocas horas). Para pasar la decepción, decidí meterme a la próxima función disponible del festival: en este caso, “Tetro” de Francis Ford Coppola, función inaugural de la Quincena. Llegué 45 minutos antes de la proyección, pero ya había una cola de unas cien personas… Sin embargo, como tenía mi super-duper credencial andate-cabrito-que-me-dejan-pasar-hasta-la-pieza-de-Sarkozy de la Quincena (privilegios del guionismo que recién alcanzo a disfrutar -saludos a Hermes, por cierto-), pasé directo sin cola, llegué a sentarme a las primeras filas de una sala casi vacía, y esperé ahí con las revistas que recogí en el camino (como The Hollywood Reporter, que publica una edición diaria durante el festival).

Pasaron los minutos, la sala terminó de llenarse, y comenzó la primera sorpresa: se anunciaría la entrega de un nuevo premio a la trayectoria en la Quincena, una aparatosa Corona de Oro a… Naomi Kawase, la cineasta japonesa que rara vez aparece en público y ahora llegaba bajando por los pasillos de la sala, a metros de mi, a recibir su galardón…

Señora Kawase entra al edificio

La Kawase existe en el mundo del cine gracias a Cannes y la Quincena de Realizadores: en 1996 exhibió su primera película acá, que se llevó la Cámara de Oro y que horas antes había vuelto a exhibir en el festival en una función previa a nuestra llegada. Por cierto, Cristián Leighton acaba de terminar un estupendo documental que mostró en BAFICI inspirado en las películas de Kawase (que no tiene para cuando mostrar en Chile) y que bien da a entender lo intensas que pueden llegar a ser sus películas documentales hechas apenas con camaritas de video casero.

Kawase (flaca, alta, más avejentada de lo que podía imaginarme) agradeció al festival, y mandó un mensaje de humildad: dijo que los premios son muy agradables de recibir, pero que pasan y luego, al día siguiente, el mundo volvía a la normalidad y había que volver a trabajar duro para seguir haciendo películas. Sensato y verdadero lo que dijo. Por cierto, se bajó del escenario y todo volvió a la normalidad. O casi. Porque llegaría la estrella de esta noche: el director de la Quincena Oliver Pere llegó a presentarlo, pero como Coppola asomó su nariz por la sala mientras lo hacía, la mitad de los asistentes se puso de pie y se volteó a ver si ese caballero con barba allá atrás era Coppola, dejando una situación incómoda para Pere que le hablaba casi a puras espaldas.

Oliver Pere llegando tarde

Y era Coppola. Poco antes entraron a escena Vincent Gallo y Maribel Verdú que se sentaron justo tras mío.

Gallo, ¿dónde nos sentamos?

Señor Coppola entra al edificio... Vincent Gallo en primer plano

Coppola sube al escenario, agradece la recepción a pie de la audiencia y dedica la proyección a todos los padres que han tenido un hijo que les ha dicho no quiere ser ingeniero, que no quiere ser médico: que quiere ser artista.

“Tetro”, la película, se trata justamente de esto. O pareciera que se trata de esto. Filmada en blanco y negro en el Buenos Aires actual, cuenta de la visita que hace un muchacho salido de la marina (el joven Alden Ehrenreich) a su hermano ermitaño (Vincent Gallo) que vive en Sudamérica, que lo dejó botado hace años con apenas una mínima carta de despedida. En el proceso de reencuentro, el joven Bennie descubre que su hermano Tetro (como se llama ahora) es un artista de la dramaturgia en las sombras, porque esconde sus obras por miedo, sus manuscritos los escribe en clave los guardado los manuscritos en una maleta. El artista Gallo se niega a tantas revelaciones en una misma película (no lo culpo), se va en la prepotente con su hermano recién llegado por metiche, y de paso se desquita con su mujer, una española que vive en Argentina (Maribel Verdú) que –nos cuenta- rescató a Tetro de las tinieblas en su pasado (nos enteremos por unos raccontos a color) y ahora tiene que aguantarle todas sus pesadeces.

La película está a punto de ser un total bodrio, y por mucho rato lo es: es patética la mirada que tiene Coppola del teatro (malos actores exagerados que dicen malos textos) y de los artistas mismos (unos mimados faltos de afectos que se desquitan con el mundo por sus frustraciones). Más feo es todavía ver cómo a Coppola le pasan gato por liebre turístico en Buenos Aires: filma en el Café Tortoni de Corrientes y en el barrio La Boca, pegotea el soundtrack con bandoneones lastimeros que inundan cada situación dramática del guión, y muestra un improbable premio de dramaturgia que entrega una crítica literaria de nombre “Alone” (como nuestro Alone, pero encarnada por una extraviada Carmen Maura) en la mitad de la Patagonia argentina. Las apariciones de actores argentinos deja mucho que desear (como Rodrigo de la Serna, que hace una caricatura propia de Guillermo “Papá es un ídolo” Francella; no así Leticia Brédice, que deja al descubierto el fulgor incólume de su cuerpo, que es un protagonista aparte de la película) y más lo hacen las referencias a una supuesta Latinoamerica más “moderna” y “sobreintelectualizada”, dos mentiras que nadie más debería seguir contando. Demás está decir la aparición de Susana Gimenez ¡como ella misma! Entrevistando a los personajes de este festival de dramaturgia, y la cita que hace a Pablo Neruda (en un poema falso inventado para la ocasión) y a Roberto Bolaño (Vincent Gallo le regala un libro de Bolaño a su hermano cuando cae en la cárcel).

La película es dispersa, el discurso errático, las actuaciones disparejas, y a medida que avanza intenta vincularse con una mirada melodramática que a Coppola le queda muy forzada y fea.

Pero hace unos párrafos dije que “casi” es un bodrio, y si no califica completamente en el término es porque la fotografía tiene sus encantos, algunos momentos parecen que van a levantar vuelo (como las discusiones sobre los hermanos sobre el sentido de publicar una obra artística en esta época) y por ciertos instantes cassavetianos (Gallo podría ser un actor de esa factoría perfectamente) que le sacan punta a la anómala historia. Pero en esta guerra por el cine puro, Coppola pierde la batalla para refugiarse en una andanada de lugares comunes sobre los latinoamericanos, las familias maltrechas y los padres abusivos que son propias del género melodramático, pero que carecen de lo esencial, de ese pequeño secreto que comparten (y se han pasado de mano en mano) Sirk, Fassbinder, Cassavetes, Almodóvar y Wong: el amor intenso y la construcción trágica de su destino son revoluciones que salen del interior de los personajes, no que vienen impuestas desde afuera, como los tontos accidentes carreteros que Coppola insiste en retratar, realista y alegóricamente.

Por supuesto, nada de esto pareció importarle al público que ovacionó a Francis Ford Coppola… ese caballero con barba que llegó a sentarse justo en la fila detrás de la que estaba yo.

Hello, Francis... I'm from Chili

Recuerdo una sola vez que me pasó antes en un festival de cine, eso de que un director se bajara del escenario y llegara justo a sentarse al lado mío: guardando las proporciones, eso fue en el Festival de Cine de Viña en 1994, con Miguel Littin presentando “Los náufragos”. Algo deber pasar que soy un iman para los directores legendarios, con barba y en actual decadencia.

Terminada la función no pude evitar grabar esto.

Disculpen la cara de imbécil que pongo en este video, pero creo que estar en tu primer día de tu primera visita en Cannes, y tener al director de “La ley de la calle”, “El padrino” y “La conversación” tan cerca es para poner esa cara. Creo. Por cierto, la ovación era merecida pero no por esta película, sino que por todas las películas que el viejo lleva en el cuerpo y las millones de emociones que ha despertado en todo el mundo con sus películas. Que la ultima esté cerca a una basura no tiene la menor importancia.

Por supuesto, no intenté ninguna estrategia de acercamiento papparazzi con Coppola. Más bien, me retiré abrumado de la sala. Más tarde partimos a una fiesta muy movida en honor al director (Manuela y Alicia aprovecharon la oportunidad de tomarse una foto con el director, cosa que por pudor no hice y hasta el momento no me arrepiento), volvimos a casa y escribí esto.

Y Cannes recién comienza.

Si esto no es Cannes, no sé lo que es