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CINE CHILENO OBITUARIOS

Oscar Castro (1947-2021)

«Recuerdo perfectamente el día en que Oscar Castro llegó a París en enero de 1977», escribe Eduardo Carrasco, miembro fundador de Quilapayún, en su cuenta de Facebook. «Nosotros estábamos viviendo uno de los momentos estelares de nuestra carrera artística en Francia, las actuaciones en el Teatro de la Ville, y lo invitamos a conversar con nosotros. Justamente en un café en la esquina del teatro se produjo el reencuentro. Venía saliendo de Chacabuco, después de haber pasado por varios campos de concentración de la dictadura. La represión lo había tocado directamente: su madre, Julieta Ramírez, y su cuñado, John McLeod, actor del Aleph, desaparecieron en Villa Grimaldi. Observando a través del ventanal del café el triste invierno parisino, nos contó todo lo que había vivido y lo difícil que había sido para él llegar a Francia. Estaba impresionado por nuestro éxito y quiso saber todo lo que podíamos contarle del público francés. Nos pedía consejo; quería descubrir cómo había que hacer para abrirse camino en ese medio. No iba a dejarse derrotar ni por el idioma, ni por las dificultades que pudiera encontrar. Si no lo había derrotado la dictadura, menos podría hacerlo su nueva vida en Francia».

La muerte de Oscar Castro por Covid este fin de semana fue una ráfaga de frío que heló los huesos del mundo artístico y teatral chileno. Fue inesperada. Fue lejana. Castro vivía en París desde el momento que lo recuerda Eduardo Carrasco, con visitas intermitentes a Chile. Ahí su trabajo se abrió paso con la prontitud y la urgencia que solo el talento genuino provee. Obtuvo en 2018 la Orden de Caballero de la Legión de Honor, la más alta distinción que puede obtener un artista en Francia. En Chile, donde Castro fundó y refundó su compañía el Aleph, no es ninguna sorpresa que nunca obtuvo una distinción de ese calibre. No soy ningún experto en su trabajo, así que observo con curiosidad su figura, e intento conocerla más a través de quienes lo tuvieron cerca y cuentan de él en estos días. Quizás este post sirva para recolectar algo de esos esporádicas publicaciones que se acumulan para homenajearlo como corresponde.

«A partir de ese momento nos vimos muchas veces», continúa Carrasco:

Al principio su proyecto teatral nos pareció una locura, pero poco a poco fuimos entendiéndolo mejor. Con una celeridad impresionante y con los medios que podía tener a mano un recién exiliado, comenzó a armar su grupo de teatro con gente dispersa, hasta rápidamente comenzar a hacer presentaciones, primero entre chilenos y muy rápidamente abriéndose hacia el público francés. El grupo buscaba darle continuidad al teatro Aleph que tanta importancia había tenido en el Chile del pre golpe. Yo lo había conocido muy de cerca porque no me perdía ninguna de las obras que se presentaban en ese barracón de la calle Lastarria que albergaba entonces su teatro. A veces nos juntábamos a conversar después de la función. Su teatro era una nueva manera de hacer teatro, algo así como un cabaret pero en el que se buscaba teatralizar la vida fuera del teatro, el mundo real, con todas sus complejidades y en un tono lúdico, irónico y crítico. Era como hacer teatro con lo que la vida le pusiera por delante, sin importar si los actores fueran profesionales o amigos, pero cuidando que todo fuera siempre divertido, original, cercano. Lo mismo comenzó a hacer en Paris y pronto le dio resultados inesperados; recuerdo una función de la obra del General Mateluna y el exiliado Peñaloza en un lugar cerca de la place de Clichy que congregó a toda la colonia chilena y a varias personalidades de primera línea. García Márquez que estaba presente, quedó encantado y escribió elogiosamente sobre la función. Hubo críticas muy favorables en Le Monde. Un verdadero éxito que abrió paso a muchos hitos importantes de su carrera teatral en Francia, que se sucedieron hasta el final de su vida.

En el Aleph, Castro ganó prestigio, admiración y premios en el medio teatral francés. Arianne Mnouchkine fue quien le abrió los brazos en la Cartoucherie de Vincennes, donde su obra «L’Exilé Mateluna» fue un gran éxito en 1980. Es cierto que García Márquez escribió sobre la experiencia: la llamó «la obra más hermosa sobre el exilio». Escribe Lucas Gaudissart:

El Aleph se hizo conocido en el entorno intelectual y artístico de París y rodó de teatro en teatro con energía e intensidad inagotables. Oscar Castro y sus actores se reúnen y trabajan con Pierre Barouh, Claude Lelouch, Jacques Higelin, Robert Doisneau, Danielle Mitterrand… A L’Aleph le gusta decir que este es el momento en que pasa «de la miseria a la pobreza».

Su participación en el cine fue amplia. No solo como el cartero de Neruda en «Ardiente Paciencia», que protagonizó para Antonio Skarmeta en Portugal, película extraordinaria filmada en 1983 y que recién pudimos ver en Chile al termino de la dictadura. Skarmeta ya antes lo había invitado a participar en un documental sobre artistas en el exilio llamado «Si viviéramos juntos…» (1983, Wenn wir zusammen lebten…). Los temas de dictadura fueron frecuentes en las películas que hizo en el exilio: escapó por la cordillera junto a Aníbal Reyna y Hugo Medina en «El paso» (1978, Der Übergang, disponible para ver en Cineteca Nacional) de Orlando Lübbert, filmada en Bulgaria, e interpretó a un soldado en «Nowhere» (2002), escrita y dirigida por Luis Sepúlveda, una megaproducción internacional sobre unos prisioneros detenidos en un país ficticio bajo dictadura, a punto de ser liberados nada menos que por Harvey Keitel, y donde participaron talentos tan diversos y destacados como Jorge Perrugorría, Leonardo Sbaraglia, Angela Molina y Patricio Contreras como el mismísimo dictador himself.

Podría seguir largamente mencionado partes de la carrera de Castro. No dejo de pensar en la necesidad de tener un TV pública de verdad. Si así fuera, o al menos tuviéramos un canal cultural, la programación de esta semana obligadamente tendría que incluir sus películas «Ardiente paciencia» y «El paso», quizás el documental de Skarmeta sobre artistas en el exilio, y claro, sus obras teatrales (¿me ayudan con cual? ¿»Érase una vez un rey»? ¿ «La noche suspendida»? ¿ «El cabaret de la última esperanza»?), y en medio de todo, yo incluiría este bello corto documental que hizo la directora Isidora Marras en su paso por La Femis llamado «La Carbonada del Cuervo», y que acaba de subir a Youtube.

Otro bello registro es este trabajo del Teatro Ictus, dirigido por José Caviedes y con cámara de Pablo Salas, que documenta finamente la puesta en escena de «La triste e increíble historia del general Peñaloza y el exiliado Mateluna» cuando Óscar Castro trajo su elenco a montarla en el Teatro La Comedia en 1990.

Adiós, Don Óscar. O como le decían sus amigos por su cara angulosa, adiós Cuervo.