19 de abril 1998
Artes y Letras/ El Mercurio


POR ASCANIO CAVALLO


Tracy Reed y Stanley Kubrick
en el set de Dr. Insólito, Dr. Strangelove
© Reg Lancaster, Hulton Archive
, 1963

La obra de Kubrick es única y canónica no por su frugalidad (12 largometrajes en 45 años), sino por dos razones: la megalomanía y la poderosa capacidad de anticipación, de la que “2001” es un compendio y una metáfora.


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LA LENTA EXTINCIÓN DE HAL 9000, el supercomputador de 2001, odisea del espacio, es una de las grandes muertes de la historia del cine; y sus desvariantes súplicas a Dave Bowman, el astronauta sobreviviente en el Discovery, merecen un lugar eminente en cualquier antología de agonías.

La frialdad aparente de Kubrick no procede de su estilo fílmico, que más bien dispone de una imaginación visual capaz de recoger las emociones más intensas, sino de que su tema, a fin de cuentas, es la inteligencia, un motivo en el que lo anteceden muy pocos cineastas

Y sin embargo, se trata literalmente de una muerte cerebral, un viaje hacia el grado cero del conocimiento y de la inteligencia, donde no hay paraíso ni redención posible. El alma de HAL viaja hacia el infinito convertida en un montón de chatarra por obra de un destornillador implacable. En realidad, 2001, la película más ambiciosa que jamás se haya filmado, es un compendio de pequeñas y sutiles ironías de este tipo, lo que puede ser una de las claves de su inaudita vigencia, que ha resistido durante 30 años el paso de la Guerra de las galaxias, Viaje a las estrellas, Alien y otros mogoles de la ciencia-ficción.

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