1 de noviembre 1998
Artes y Letras/ El Mercurio


POR ASCANIO CAVALLO


Alfred Hitchcock
© Thurston Hopkins, Hulton Archive, 1955

La cinematografía de Alfred Hitchcock es una lección de coherencia en un triple sentido instintivo, estético y espectacular y si se quiere hallar algún rincón donde esos contradictorios principios se reúnan en un todo armónico, hay sólo una cosa por hacer: ver sus películas. Cincuenta y cuatro largometrajes, 2 cortometrajes y 20 episodios de televisión.

Ningún otro cineasta ha llegado tan lejos como Hitchcock en la exploración en los límites de la individuación, una angustia que le confiere su tamaño como artista contemporáneo.


IMPRIMIR
Artículo completo

EL MOMENTO CLAVE DE LAS PELICULAS maduras de Alfred Hitchcock ocurre cuando el protagonista, asediado por signos equívocos y ambiguos, transfiere la duda sobre la liquidez de la realidad hacia la duda sobre sí mismo. Ya se trate de un sacerdote abrumado por una confesión (Mi secreto me condena, 1952), de un periodista que presencia un crimen (La ventana indiscreta, 1954), de un tenista comprometido en homicidios cruzados (Pacto siniestro, 1951), de un músico injustamente acusado (El hombre equivocado, 1957) o de un ejecutivo envuelto en una conspiración (Intriga internacional, 1959), sus encrucijadas sólo alcanzan honduras vertiginosas cuando la identidad es amenazada de disolución, cuando el último refugio del yo está quebrantado y bajo asedio.

Numerosos analistas del cine de Hitchcock han coincidido en subrayar que en su centro está el tema de la culpa. Esto parece tan evidentemente cierto, que a la vez resulta insatisfactorio: como si, estando en las cercanías del centro, apenas se lo rozase con esa descripción. Hitchcock exploró la culpa de un modo exhaustivo, pero a partir de cierto momento intuyó que la última dimensión del mal es el colapso de la identidad, de eso que a falta de mejores palabras llamamos ser

El mayor personaje de Hitchcock es Scottie Ferguson, y forma parte de la sutileza de esa obra maestra que su mal dio el título a Vértigo (1958). Scottie se ve metido en una intriga sin bordes, donde la realidad parece en fuga permanente, y cuando intenta convertir a la morena Judy en la rubia Madeleine es claro que está traspasando la frontera de la locura, una espiral semejante - un ojo asociado a un desagüe- es la metáfora central de Sicosis (1960), un caso de naufragio terminal de la identidad.

La eminencia canónica de Hitchcock nace de la exploración sistemática en los límites de la individuación. Ningún otro cineasta ha llegado tan lejos en la profundidad de esa investigación, pese a los esfuerzos de Alain Resnais en El año pasado en Marienbad (1961) e Ingmar Bergman en Persona (1966) y Vergüenza (1968).

A Donald Spoto, autor de una biografía presuntamente desmitificadora, le parecía que la morbosidad con que Hitchcock condujo su trabajo tenía ciertos rasgos sicóticos. Pero eso no parece más que el consuelo del racionalismo ante un autor que se dedicó a contrastar la insoportable veleidad del ser con la insuficiencia de la filosofía (Tuyo es mi corazón [1946], La soga [1948]), la política (Juno y el pavo real [1930], Topaz [1969]) y la psiquiatría (Cuéntame tu vida [1945], Sicosis).

 

SIGUE Pág 2
IMPRIMIR Artículo completo
IR A INDICE El canon del cine