28 de diciembre 1997
Artes y Letras/ El Mercurio


POR ASCANIO CAVALLO


Howard Hawks,
primero a la izquierda,
con parte del elenco de
Caracortada, Scarface
(1932)
© Harold Lloyd Trust/Hulton Archive

De todos los cineastas clásicos, Howard Hawks es con mucho el más versátil, por no decir el único capaz de llevar hasta sus últimas consecuencias todos los géneros comerciales. El culto a Hitchcock resultó, se propagó y ganó numerosos adeptos. El de Hawks quedó para un circuito más pequeño. ¿Pero no es esto lo que siempre pasa con el gran arte?


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EL INGENIOSO CRÍTICO BRITÁNICO Gilbert Adair formuló, a comienzos de este año, la siguiente sentencia: “Enfrentémoslo: no interesa a nadie fuera del pequeño círculo de estudiosos del cine, y nunca lo hará. La posteridad lo sobrepasó”. Hablaba, claro, de Howard Hawks, y no deja de ser paradójico que lo hiciera en el momento de reseñar la más importante colección de ensayos publicados acerca del cineasta, subtitulada American artist.

En Hawks no hay nunca ángulos fotográficos inusuales, ni efectos de montaje, ni golpes narrativos. Nada parece deliberado, precisamente porque lo es en un grado de sutileza que alcanza la invisibilidad.

El comentario de Adair es especialmente divertido tratándose de Hawks, un director que nunca buscó el reconocimiento crítico. Y lo es también porque sus películas figuran entre las más populares de la historia, aunque su autor no fue reconocido como artista sino hasta los 50, y no por los anglosajones, sino por los franceses.

La revolución crítica iniciada por Cahiers du Cinema encontró su punto culminante en la proclamación de una doble idolatría: Alfred Hitchcock y Howard Hawks, el llamado “hitchcocko-hawksianismo”. El culto a Hitchcock resultó, al menos en el sentido de que se propagó y ganó numerosos adeptos.

El de Hawks quedó para un circuito más pequeño. ¿Pero no es esto lo que a fin de cuentas pasa con todo el gran arte?

SU SELLO PERSONAL: En el caso de Hawks es aún menos raro. Su cine es uno de los de más dificil acceso, por dos razones. La primera es que para apreciarlo integralmente resulta indispensable ver, si no todas, muchas de las películas que lo forman. Cada cinta de Hawks puede ser un deleite en sí misma, pero la coherencia de su mundo sólo resplandece en el conjunto. En un arranque inusual de sutileza, la Academia de Hollywood notó esta dimensión cuando le dio el único Oscar de su vida, en 1974, por “uno de los más consistentes, vívidos y variados cuerpos de trabajo del cine mundial”. Hawks fue un maestro en muchos géneros, pero su sello personal se superpone a todos. Scarface (32) es una pieza insuperable del cine de gángsters, pero se entiende mejor junto a una comedia como La fiera de mi niña (38), así como el western Río Rojo (48) es un remake de Hijo y rival (36) y el musical Los caballeros las prefieren rubias (53) adquiere más envergadura con el filme noir Al borde del abismo (46).

La segunda razón es su desconcertante (y sólo aparente) sencillez. En Hawks no hay nunca ángulos fotográficos inusuales, ni efectos de montaje, ni golpes narrativos. Nada parece deliberado, precisamente porque lo es en un grado de sutileza que alcanza la invisibilidad.

Su cámara es casi imperceptible, su modo narrativo es simétrico y encadenado, y su montaje sigue una tan misteriosa dramaturgia interior, que sólo se nota con esfuerzo. Y, sin embargo, algunos de los más hermosos travellings de todos los tiempos están en Hatari (62), los más sugerentes contracampos en Rojo 7000, peligro (65), la más extraña poesía objetual en Al borde del abismo, y si uno puede decir que alguna vez existió una “caminata moral” en la pantalla, ésa es la del sheriff John T. Chance y el borrachón Dude en el nocturno pueblo de Río Bravo (59).

De entre todos los cineastas clásicos, Hawks es con mucho el más versátil, por no decir el único capaz de llevar hasta sus últimas consecuencias todos los géneros comerciales. Pero esas consecuencias incluyen una cierta mirada crítica, irónica, satírica, sobre esos mismos géneros, un lujo que sólo podría permitirse un intelectual auténtico.

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